Tres libros a medio leer y el
periódico del domingo que lleva 36 horas abierto en la sección policiales,
desde que Néstor encontró el nombre de la novia de su adolescencia entre los
arrestados por narcotráfico durante el fin de semana. Si no fuera por la foto
que acompañaba la nota, el dato hubiese pasado desapercibido o sellado bajo la
marca de “coincidencia” ya que Graciela, su Graciela, era incapaz de decir una
mala palabra, ¿¡cómo pudo haberse convertido en narcotraficante!?
/¡Cómo cambia la gente!/
“…seccional mujeres de Cuadro
Bombal”, repite Néstor, copiando las palabras que le acaban de decir por teléfono en un papel tan arrugado como su esperanza. Agradece y cuelga. Se queda mirando cómo sube y baja el pecho de su
perro al respirar mientras duerme profundamente, acostado boca arriba y con la
cabeza doblada. Perro gracioso, piensa, y se vuelve adonde anotó la actual
dirección de Graciela. ¡Tantos años buscándola para encontrarla así!
/Loca, la vida está loca./
Él tenía 16 y ella 14, no iban al
mismo colegio pero volvían en el mismo colectivo. Se dijeron de todo con las
miradas durante 620 viajes: los equivalentes a dos por día, ocho meses de
clases, durante dos años. Se buscaban con la mirada al ir y hacían lo mismo al
volver, así fue hasta que Néstor tomó coraje, bajó dos paradas antes que ella y
corrió hasta el lugar donde descendía Graciela. Cuando ella se bajó, lo
encontró despeinado y agitado pero sonriente y con una Rodhesia en la mano
“para tu merienda”, le dijo y agregó, “¿no te molesta si te acompaño a tu
casa?”
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