Me crucé con un link que afirma la importancia de la literatura pero en su función terapéutica: escribir como herramienta para sanar heridas y cerrar ciclos o duelos internos. Comparto la experiencia relatada por el mismo Hernán Casciari. (Fuente: Orsai Blog)
Historia de una foto
HERNAN CASCIARI, MIÉRCOLES 18 DE SEPTIEMBRE, 2013
«Estoy en San José de Costa Rica y llueve. Acabo de pedir un café y abro la portátil. De repente aparezco etiquetado en una foto de Facebook y pienso que se trata de un error...»
Así empieza mi relato en la Orsai N15, que se llama «Gaussian blur». No estaba planeado que escribiera ese texto, sino otro.
De hecho, ya casi estábamos en el cierre de la revista y yo estaba en Centroamérica, en un hotel muy lindo.
Desayunaba, y me entró un mail de mi señora madre.
—«Para vos, Hernán», decía.
Hago clic en el enlace, que me manda al Facebook de Chichita. De repente, foto a toda pantalla.
Es una foto desconocida absolutamente por mí, en donde mi papá me tiene a upa.
Me pasa algo rarísimo en el cuerpo.
Chichita no tenía la menor idea, pero desde que murió, en julio de 2008, es la primera vez que miro una foto de mi papá sin desenfocar los ojos. (Por eso el texto se llama Gaussian blur).
Me inmoviliza, por la espalda, un ataque de llanto. Nunca lo vi venir. Nunca la tristeza me había llegado tan de improviso.
Una hora y media después estoy en la habitación del hotel, con unos kleenex de puto al lado, escribiendo de una forma insana, salvaje y personal.
Pantalla partida: de un lado el doc y del otro la foto. Tengo dos años en la foto; mi papá tiene veintinueve.
Escribo sin mirar el monitor. Solamente las teclas, como si estuviera castigado. Miro para abajo, no me importa la puntuación. Después corregiré, me digo. Y de todas formas no importa porque no es un cuento, ni un ensayo, ni una crónica.
¿Qué es? No sé. Pero tengo que seguir escribiendo hasta que se me pasen las ganas de llorar. Es lo más parecido a escribir sin lógica, desde lo más profundo de un pozo.
No había llorado por la muerte de Roberto Casciari hasta ese momento, en un hotel de San José. Cinco años de tapón sentimental, ni siquiera voluntario.
Fue así, a muchos nos pasa. Pero el regreso al llanto fue intenso, y muy raro. Y más raro todavía fue escribir en ese estado de indefensión.
Se suele recomendar (y yo creo en ese consejo) no escribir nunca desde la inestabilidad, porque lo que surge es confuso. Lo mejor, dicen, es dejar pasar el tornado y recordar el clima ventoso en la narración.
Esta vez no pude hacer caso al consejo. La cabeza y las teclas iban solas: yo era solamente un tipógrafo de algo que me estaba enloqueciendo por adentro.
Hacía años que no escribía de esa forma. Todavía no sé si sirve como ejercicio literario, pero sí me sirvió como el cierre tardío de un duelo personal.
Ahora, hace un rato, acaban de llegar las Orsai N15 a España, y veo la doble página donde empieza ese relato. María, la directora de arte, decidió poner la foto sola antes del texto, sin palabras. Ni título ni entradilla. Solamente la foto de ese verano.
Me gustó su idea minimalista cuando la vi en pantalla. Pero ver esa foto silenciosa en el papel es diferente, impone muchísimo más. Es la antesala de un grito.
Increíble para lo que puede servir la literatura: ya no tengo que desenfocar los ojos para ver una foto de mi papá.
Eso sí, me cuesta un montón dar vuelta esas dos páginas y empezar a leer el contenido. Pasará un tiempo hasta que pueda releer lo que escribí en San José esa mañana.
Solo recuerdo unos borbotones de letra, y de llanto, que no me ocurrían desde hace muchos años.
Y que me llenaron de alivio.