lunes, 21 de julio de 2014

Hay cosas que nunca...

Hay cosas que nunca van a pasar y que, por ende, nunca vamos a sentir. Tuve esa frase en mente, igual de enredada que los fideos que almorzaba.

Me siento a desarrollar la idea un rato después, ahora que mis vecinos, tapial de por medio, me anuncian sin palabras pero a fuerza de pico y pala, que están arreglando el piso del patio y, al parecer, no tendré la paz de pueblo necesaria para tomar una siesta.

Entonces, con café en mano me gustaría pasar por una serie de pensamientos que más de una vez me estrujan el corazón y creo que todos tenemos uno o más recuerods relacionados a cosas que nunca pasarán.

Mermándole el volumen a la vergüenza, voy a desvestir un ratito mi corazón dejándolo vulnerable al qué dirán y al mundo virósico que coexiste a nuestro alrededor.

Vamos a pensar en aquellas cosas que nunca: personalmente y por mucho dolor que aún me cause sé y asumo que nunca pero nunca podré volver a ser una niña abrazada por su padre o aconsejada por él, eso nunca sucedió. Que aún mantenga la esperanza de que las cosas cambien es una parte de la historia pero que pueda modificar la realidad de mi pasado, es otra totalmente diferente.

Cito otro ejemplo: una persona que fue violentada física o emocionalmente, tendrá como "cosas que nunca" podrá olvidar aquel horrible momento en el que otra persona con igualdad de derechos y responsabilidades, imprimió una marca en su alma o su cuerpo para toda la vida.

El no haber tenido la inteligencia de pensar dos veces la acción antes de cometer el error es otra de las "cosas que nunca" podremos volver. Y, probablemente, el dolor de haber errado y la resignación serán "cosas que nunca" se irán del corazón. 

Pero, como la vida es una batalla campal entre el bien y el mal, la alegría y el dolor, la esperanza y la resignación, al ser diseñados, Dios (Ser Superior, la misma evolución o como quieras llamarlo según tu concepción de la Creación) puso especial cuidado y atención a proveernos de un corazón y una mente con capacidades especiales (¡como los superhéroes!).

Porque, decime si no hay que ser especial para, a pesar de lo malo de la vida, animarse y querer volver a empezar o seguir viviendo. Debemos sentirnos especiales y querernos con más ganas cada vez que nos decidimos a superar una situación dolorosa o atrevernos a exponer las cicatrices del alma que tanto nos condicionan.

Y acá es donde afirmo la utilidad y el beneficio de creer. El rumbo de nuestra vida está en nuestra mente: en qué decidimos pensar y en qué definimos no recordar. Está en la determinación de no autoboicotearnos. Está en el sentirnos especiales, en creer en nosotros/nosotras y en creer que no por nada fuimos desarrollados con las formas, los colores y las texturas que fuimos hechos y la gracia, bien importante, de contar con la capacidad de perdonarnos y de perdonar, que no significa olvidar lo que pasó, sino dejar que el río siga corriendo, aprender a lidiar con las piedras en el camino y, a pesar de ellas, avanzar.

Retomando lo que les contaba al principio: mi papá, hombre al que, a pesar de sus falencias, amo con todo mi corazón, no tomó la decisión de reflexionar si su pequeña niña tenía la necesidad de sentirlo cerca y atento, (acá también podríamos citar tantos ejemplos de tantos padres semipresentes, abusivos o ausentes, como el tuyo, quizás). Pero, pasados los años, la pelota me llega a mi y paso a ser quien debe decidir si quiero vivir con el rencor y la autocompasión de no haber recibido lo necesario para ser una mujer segura o, aunque resulte más trabajoso, también puedo decidir sanar las heridas, suplir las falencias y hacerle frente a los complejos e inseguridades. Insisto, cuesta, es el camino más largo pero peor resultaría elegir vivir amargada y culpando a los demás por mis "cosas que nunca". Estemos libres del rencor y la falta de perdón, amigas y amigos.

¿Por qué elijo exponer ésto? Porque creo que a veces es necesario mostrar nuestras hilachas, exponernos y compartir los pesares para alivianar el corazón. Si me preguntasen cómo se hace para tomar una decisión correcta, la del perdón y la esperanza, por ejemplo, les diría que a mi me funciona el hecho de creer.

Creer en Dios me hace bien. Meditar en los consejos bíblicos y tomar tiempo para reflexionar antes de cada decisión me vienen haciendo la vida más llevadera y animada hace tiempo. Esas son las "cosas que siempre me resultan.

Ante el dolor, la decepción y la incertidumbre, entre tantos cachetazos que nos llegan de repente, recurro a la misma medicina y me doy permiso a auto medicarme, prescindiendo de las complicaciones de una religión o un sistema religioso que bastante fallido viene últimamente.

No estoy vendiendo nada, estoy hablando de lo que a mi me funciona. Creo que se trata, justamente, de creer para vivir mejor, no por imposición y mucho menos por obligación. Revisar los argumentos, unir los cabos sueltos y llegar a comprender que el Creador del Universo sostiene mi aliento, conoce mi corazón y ama mi alma así como es, con errores y aciertos, es un hecho liberador. No por eso soy santa y perfecta pero es el único lugar donde encuentro descanso y refugio cuando todo está literalmente mal (vale también mencionar a las personas que creen y se ponen soberbias porque se sienten dueños de la verdad, en tal caso, mantenernos humildes también es una decisión)

Es necesario que pasemos ciertos dolores para madurar. 

Y, empezar a creer en uno mismo, es otro aliciente para las asperezas que le salen a la vida. Dejar de resaltar los errores, bajar un poco el impulso perfeccionista y destacar fortalezas me están haciendo ser más amiga de mi misma: y es que autoconocernos, respetar nuestros tiempos y los procesos que necesitamos atravesar es vital, incluso para mejorar nuestro trato con otras personas.

Se puede superar el error y el fracaso, se puede volver a amar, se puede enmendar, se puede creer, ¡sí que se puede! Hay cosas que nunca van a volver pero también hay cosas que SIEMPRE pueden cambiar y suceder.

¡Vamos por eso!

Me gustaría conocer el camino que elegís para sobreponerte a los golpes de la vida, ¡espero tu comentario!

Un abrazo a tu corazón,

Maggie 

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